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lunes, 11 de mayo de 2015

El anuncio de colonia

Foto: Marta Santos
Había una vez una colmena llena de abejas que se lo pasaban muy bien viendo la televisión.

A las nueve de la noche, cuando empezaba el atardecer, se reunían todas, incluida la abeja reina, alrededor de una enorme pantalla de televisión del tamaño de una palma de mano humana.

Bien sentaditas en los panales, las abejas descansaban de un afanoso día de trabajo polinizando flores y recogiendo néctar para convertirse en espectadoras de series de televisión, programas o documentales.
Las abejas eran felices así, permitiéndose esos pequeños momentos de distensión para escapar de su rutina diaria en los que podían asustarse, entusiasmarse o incluso llorar de la emoción al ver las historias que la gran pantalla proyectaba.

Pero un día, todo fue diferente. En la pantalla, con un contraste y un brillo que resaltaban el tono amarillo de sus pelitos, apareció un enjambre de abejas como ellas. Protagonizaban un anuncio de jalea real en el que la abeja reina levantaba una cuchara rellena de producto para ensalzar las virtudes de este.

¡Hmmmm! ¡Tan rica como sana! ¡Jalea real: pruébala, no te arrepentirás! —secundaba un niño humano que aparecía detrás de esta, zampándose medio bote de jalea.

Como el propio nombre del producto indicaba, las abejas se pusieron a jalear el anuncio:

¡Viva! ¡Ya era hora de que nuestra especie apareciera en la tele! —gritó una obrera con madera de líder que se sentaba en las filas de delante.

¡Por fin seremos famosos! —continuó un zángano, que estaba retirado con los demás en las filas traseras.

¡Nos convertiremos en los reyes de la programación televisiva!—remató la abeja reina.

Lo cierto era que aquel anuncio había llenado de fantasía e ilusión las mentes de aquellas plácidas abejas.

¡Eh! ¿Y si hiciéramos nosotras un anuncio para la tele? —preguntó en alto la misma abeja obrera que había jaleado el anuncio al principio.

¡Pues sería una buena idea! ¿Y qué podríamos anunciar?—preguntó otra abeja obrera, que era su hermana.

¡Una colonia! —respondió la misma abeja obrera, con rotundidad.

¡No, mejor, un cepillo de dientes! —contestó una abeja pequeñita que se sentaba al medio.

¡Un coche! ¡Yo quiero anunciar un coche! —gritó desde atrás otra zángano. Ante semejante algarabía, la abeja reina trató de imponer paz.

¡Silencio! —pidió—. Lo someteremos a una votación.

Así se hizo, y todas las abejas esperaron expectantes el domingo, día en el que cada una tendría oportunidad de introducir una papeleta con la temática del anuncio que iban a protagonizar dentro de una urna. Se habían preparado muchas mesas para la ocasión, y el recuento de votos fue tan organizado como les corresponde a estos animales.

El resultado, en cierta manera, fue esperado: la propuesta ganadora fue la del anuncio de colonia. De todas las opciones, era la que más había estado resonando en boca de todas las abejas de la colonia, y la que más ilusión les hacía a la mayoría. Así que las abejas no lo dudaron más, y se lanzaron a la aventura: iban a rodar un anuncio de colonia para la televisión.

El primer paso era encontrar una marca de perfume que quisiera ser anunciada por ellas. La tarea no fue fácil, pues a las marcas de colonia humanas les era difícil confiar en unas abejas para anunciar su producto. Solían confiar en chicas delgadas, o en chicos guapos, pero casi nunca en abejas. En ese sentido, el desánimo fue una tarea a superar muy importante por parte de la colmena.

Con el primer rechazo, no sufrieron demasiado, aunque las llenó de impaciencia.

No importa —se decían unas a otras—, a la primera nunca cogen a nadie. Hay que llamar a más puertas.
Así lo hicieron. Pero vino un segundo rechazo, y un tercero.

La insistencia es la mejor aliada. Nunca ganan los que se dan por vencidos—razonaban entre sí. Sin embargo, el cuarto rechazo las llenó de temor.

Puede que nunca nos cojan —sentenciaban las más pesimistas—. Nunca ninguna colmena ha grabado ningún anuncio de perfume para televisión. La idea es un poco descabellada.

Alguna vez tenía que ser la primera—respondían otras, más optimistas—. Sigamos insistiendo.

El quinto rechazo terminó por minar la moral de todo el enjambre. La idea de que nunca iban a grabar ese anuncio fue adueñándose de sus corazones, y ya estaban casi completamente convencidas de que nunca podrían rodarlo, cuando la respuesta de la sexta marca de perfumes les llegó.

¡Albricias!— exclamó la abeja reina, con el sobre aún en la mano—. ¡Eau de Printemps nos ha cogido, chicas! ¡Por fin vamos a grabar ese anuncio para la televisión!

En dos semanas, la colmena vivió un auténtico revuelo. Las abejas obreras dejaron sus quehaceres polinizando hojas y fabricando miel para ponerse a preparar trajes, guiones, escenarios, equipos de grabación, maquillaje... Los zánganos también echaban una mano, y la abeja reina se convirtió en directora.

Después de cinco intensos días de rodaje, una pequeña grabación de medio minuto de duración estuvo montada y lista para ser reproducida por los canales televisivos. En ella, aparecía un plano general de una colmena en incesante actividad. Después de un zoom, los espectadores podían darse cuenta que las abejas no estaban fabricando miel, sino una fragancia de un bonito color, que iban depositando en pequeños tarros. Luego, cuando una cantidad respetable de tarros estuvo lista, se enfocaba a la misma colmena llena de abejas que se miraban en sus tocadores, poniéndose guapas antes de dedicarse a la faena de visitar las flores, y rematando el proceso con un toque de Eau de Printemps. El anuncio terminaba con un prado verde en el que varias flores recostadas formaban una frase: Eau de Printemps, la primavera más dulce directa a tu nuca.

Las críticas del anuncio no se hicieron esperar. Mucha gente comenzó a valorar la originalidad del anuncio y el trabajo en equipo de la colmena, y el anuncio se volvió de los más vistos en Tútuves. Algunos programas de televisión se mostraron interesados en realizar una entrevista a las abejas que tan duramente habían trabajado y que con tanto empeño habían perseguido su idea.

Las abejas estaban que no cabían en sí de gozo. Algunas se dedicaron al teatro y a la escena, o grabando películas y programas de televisión, mientras otras, contentas con la experiencia, decidieron retornar a su tranquila vida fabricando miel. Pero todas estaban muy satisfechas de lo que habían conseguido.



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