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lunes, 4 de mayo de 2015

La guerra de las lentejas y las patatas

Foto: Marta Santos
Érase una vez una olla, donde convivían en armonía todos los ingredientes de un potaje: las lentejas, las zanahorias, las cebollas, los ajos y las patatas.

Aparentemente, todo iba bien entre ellas. La olla había sido cocinada a fuego lento y todas estaban preparadas para que, de un momento a otro, surgiese una cuchara de la nada que las transportase a su plato correspondiente.

Sin embargo, algo no marchó como debía. Fue un empujón de una patata, o alguna palabra poco adecuada de una lenteja. Por todos es sabido que las lentejas suelen usar un lenguaje muy ordinario e hiriente cuando se enfadan, y que las patatas son un culo inquieto que no para de moverse. Cualquier pequeño empujoncito de una patata pudo ser fatalmente malinterpretado por una lenteja susceptible, y la guerra estalló.

A la lenteja ofendida se unieron el resto de las lentejas, que querían ir todos a una como Fuenteovejuna para defender su clan, y a la patata inquieta se le unieron el resto de patatas, que no podían soportar ser atacadas por tener la cualidad de ser mucho más bailarinas que el resto.

La olla se convirtió en un hervidero, pero esta vez no tuvo nada que ver con el tiempo de cocción. Los rifirrafes entre patatas y lentejas se sucedían cada vez con más frecuencia, más bullicio y menos espacio, y unas comenzaron a lanzarse encima de las otras. De no ser por la tapa de la olla, muchas lentejas y muchos trozos de patata habrían saltado por los aires y se habrían desparramado por la vitrocerámica como consecuencia de la infantil refriega.

¡Las patatas sois el mal de esta sociedad! —gritaba una de las lentejas, que tenía una voz atronadora que se escuchaba con mucha diferencia por encima del resto— ¡Vuestro sinsabor no aporta nada a ningún potaje, y vuestros hidratos de carbono son una saturación para el organismo! Muchos alimentos tienen hidratos de carbono, pero, ¿y el hierro? ¿Acaso tenéis vosotras hierro, que tan importante es para combatir la anemia? ¿Poseéis acaso alguna vitamina que os haga especiales e imprescindibles en la dieta? Además, sois un alimento importado. Porque en la Edad Media se descubrió América y decidieron traeros, que si no, no estaríais aquí. Sois completamente prescindibles. Antes nade os conocía, y no pasaba nada—la lenteja entonces hizo una pausa, pues una patata se estaba poniendo muy, muy roja a causa de semejantes improperios. Estaba temblando de la ira contenida, y no dudó en estallar:

¿Pero qué cochinadas me estás contando? ¡No vayas de listilla porque para lo único que valéis vosotras es para coceros en potaje, pero no valéis para nada más! ¿Quién come lentejas como aperitivo, o como acompañamiento? ¡Nosotras cuando nos fríen somos las estrellas de todos los piscolabis, rellenas hacemos un plato principal por nosotras solas, y somos la guarnición perfecta para cualquier plato! ¡Pueden cocernos, freírnos y asarnos! ¡Y no sólo eso, sino que nos pueden usar para hacer crema de calabacín, ensalada de patatas, y acompañamos para hacer potaje a las habas, a los garbanzos y a vosotras! ¿Y dices que no somos útiles? ¿Lo dices en serio? ¡Venga, demuéstramelo con los puños! —La patata se estaba excitando demasiado, y por eso hasta sus propias compañeras patatas procuraron retenerla.

Sin embargo, tres de ellas no tardaron mucho en tratar de atacar ellas mismas a la lenteja sabidilla que había estado hablando cuando esta volvió a arremeter:

-¡Es lo mismo! ¡Sois escoria! ¡Estáis en todas partes porque para algo tendrán que utilizaros y es mejor que tiraros a la basura! ¡No sois un alimento como Dios manda!

Ante la perspectiva de que la lenteja se estaba pasando cada vez más al insultar a las patatas, el resto de lentejas que la jaleaban al principio optaron por callarse y hacerse a un lado. Veían a cuatro patatas con cara de pocos amigos avanzar iracundas hacia ellas, y no podían arriesgarse a que las hicieran picadillo. Las patatas eran mucho más grandes y mucho más fuertes. La lenteja, al verse sola provocando a las patatas, trató de huir.

Intentó salir de la pota saltando hacia arriba, pero la tapa le impedía acceder a su libertad. Entonces, como en un acto salvador, una mano gigante retiró la tapa y hundió la cuchara en el potaje, llevando consigo a la lenteja provocadora amenazada.

¡Jorobaos, matonas! ¡Que sólo sabéis contar con la fuerza! ¡Ahora os quedaréis con las ganas de pegarme! ¡Ja, ja, ja! —La risita de la lenteja era nerviosa, alterada pero consciente de que se acababa de salvar de una paliza segura. Sin embargo, no le duró mucho.

En la siguiente cucharada, la mano se llevó consigo a la patata más iracunda.

¡Nooooooooo! —gritó la lenteja, corriendo por el plato adelante. Estaba siendo perseguida por una patata frenética, llena de fuerza bruta y de muy mala leche.

Más patatas acabaron en el plato, y muchas más lentejas. Las patatas eran mayores en tamaño, pero las lentejas las superaban con creces en número. La lucha estaba muy igualada.

¡Adiós, mundo cruel! —exclamó la lenteja, quien, cansada de huir, optó por tirarse del plato hacia la mesa, y a continuación, saltar otra vez hacia el suelo.

¡No hagas eso, loca! ¡Nosotras vamos contigo! —Otras lentejas decidieron sumarse en el acto, pues la guerra había vuelto a propagarse pero esta vez con el plato como escenario, y aquella situación era insostenible. Una tras otra, todas las lentejas fueron cayendo del plato a la mesa, y de la mesa al suelo.

Las patatas, arrepentidas, decidieron solidarizarse con ellas e imitarlas. Habían comprendido que en las guerras no hay buenos ni malos, que la culpa suele ser de los dos bandos, y no podían soportar vivir por más tiempo sabiendo que aquellas lentejas habían acabado estampadas contra el suelo por causa de su ira incontrolada y de su poca amistad.

El niño que estaba ante el plato contemplaba atónito la escena.

¡Mamá, mamá, la comida está saltando de mi plato al suelo!

Pero, ¿será posible, Javier? ¿Cuántas veces tengo que decirte que dejes de inventarte tonterías y que te comas las lentejas, que son muy sanas?

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