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lunes, 17 de noviembre de 2014

Campanas

Foto: Marta Santos

Eras tú. Suenan campanas a lo lejos. Las plumas se adormecen, muertas, dejándose guiar por el viento. Nunca es demasiado tarde. Te volveré a ver, y entonces volverá a haber lágrimas. Es oscuro este lugar, tan oscuro como no lo ha sido nunca. Pero veo una luz, y eres tú. Vuelves a llamarme sin saberlo, y yo tapo mis oídos con mis manos, pero no puedo dejar de oírte. Nunca dejas de hablar, eres una criatura ruidosa. Te quiero. Pasarán siglos antes de que vuelvas a besar mis labios. Espero que sepas hacerlo.

Es extraño, porque se hace tarde, y no hay reloj. ¿Quién sabe qué es lo que planean las sombras? Ven, grítame una vez más. Es doloroso oírlo. Lo necesito. Vuelve a llorar. Quizás quieras hacerlo. Yo no. Me entierro entre montañas de arena, y no hay ruido. El silencio me dice que estoy viva. Recuerdo que había una playa. Es necesario volver. Recordar que hubo un tiempo pasado. Pero no hay reloj. Es eterno. No hay luz, pero sí hay luces. Se puede brillar en la niebla.

No escuches mis palabras, te harán daño. No quiero que me escuches. Escúchame. Lo sé, te necesito. La locura no es más que un sentimiento que se niega una y otra vez. Me dejaré arrastrar, ¿acaso hay más remedio? ¿Por qué estoy aquí? Quizás sea necesario oírlo. Necesito tus brazos otra vez. Eres de mentira. Me mientes. No lo necesito. Quiero... quiero algo. ¿Sabes tú lo que es?

Estoy cansada, hay demasiada melancolía en este día de sol. Puedes ver nieve si lo deseas, ella volverá a ti. Pero no estará fría. Esta vez no. Esta vez será cálida, y te envolverá en un agradable abrazo maternal. Es lluvia. No moja. La verdad está oculta entre los símbolos de la naturaleza. Hay más cosas de las que jamás llegarás a imaginar, si te sigues mintiendo.

Ya no hay campanas. Había muchas campanas. Me gustaban.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Cenizas

Ilustración: Marta Santos
Es como hacer nacer algo de la ceniza. Es como tratar de obtener vida humana a partir de unas cuantas partículas subatómicas. Ves la pequeña cabecita formándose, y te preguntas qué saldrá de ahí. Es un embrión, no hay duda. El funcionamiento de sus órganos parece casi automático. Se mueve, como impulsado por pequeños resortes mecánicos. Parece tan indefenso, en su charco de fango. Alguien debería sacarlo de ahí. Todos podrían hacerlo, pero pasan por su lado mirándolo apenas de reojo, sintiendo un poco de lástima en sus corazones que sacuden luego con unas palmaditas. Nadie quiere mancharse las manos por un pequeño embrión mecánico. Parece que se ahoga. Es como si no pudiera respirar, y tose. Sus colapsos respiratorios apenas se diferencian del tic-tac de un reloj de bolsillo.

Es la vida que nunca llegará a latir, el hijo de la inexistencia. Ha sido creado, pero no nacerá nunca. Los ojos invisibles de las estrellas lo contemplan a través del velo de la noche. Contienen la respiración, como si quisieran acompañarlo en sus últimos estertores. La sinrazón ha vuelto a vencer. “No puede existir aquello que nunca ha sido amado”, se escucha tras los árboles del bosque. Parece que hay alguien que se ríe amargamente, mientras la lluvia termina de acariciar las hojas muertas de los caminos.

Cuando salga el sol, todo volverá a empezar. Un embrión surgirá otra vez del fango, y nadie se inclinará para acunarlo. Resortes mecánicos funcionarán durante algunos minutos para luego callarse con los últimos bostezos del sol. Es como si las personas no tuvieran sentimientos. Es como si fueran sólo sombras, siluetas que vienen y van por las calles y senderos, afanadas como hormigas en quehaceres tan intrascendentales como cortas son sus vidas. Es como si las personas no fueran humanas.

¿Habrá alguien en este mundo que lo sea?

lunes, 3 de noviembre de 2014

Heredera de Selene

Imagen: Marta Santos
Su transparencia nívea la estremeció. Aquel hombre no tendría más de veinticinco años. Era alto, y delgado. Muy elegante. Frío como el hielo. Sus largos cabellos dorados bailaban con el viento nocturno y parecían atraerla en una enigmática danza. Kalmir se acercó cautelosamente, le tomó la mano y se la besó, en un gesto de cortesía embotellada. Luego se arrodilló a sus pies y comenzó a llorar. Entonces él, desde su majestuoso fulgor celestial, enjugó sus lágrimas con el dedo índice y sujetó su barbilla para levantarle el rostro delicadamente.

No llores, preciosa chiquilla. Tus plegarias ha mucho tiempo que fueron escuchadas. Sólo es cuestión del destino que se te conceda lo que has pedido.

¿Y, cómo es el destino? — sollozó Kalmir.

Él es justo, y bueno. Siempre endulza el corazón de las personas para que éste sea capaz de alcanzar la felicidad. Pero, en ocasiones, algunas almas se quedan atrapadas en las tormentas huracanadas—. Hizo una pausa silenciosa, la aflicción empañaba su suave rostro—. El destino contra eso no puede hacer nada.

¿Y a mí, podrá ayudarme? — interrogó la chica, todavía en cuclillas, sujetándole un extremo del solemne abrigo negro.

Yo no tengo la respuesta. Cambiar la naturaleza es un acto de profanación contra Dios. Sólo puede hacerse bajo una causa sobradamente justificada.

¡Y la hay! — se desesperó Kalmir—. Selene me odia. Ya no puedo seguir portando su pesado manto plateado. Quiero dejar de brillar en el firmamento. Quiero ser humana.

Eso no depende de mí, hija de la luna—. El hombre comenzó a alejarse, marcando la nieve con delicadas pisadas.

¡Espera! — gritó la muchacha. Él se volvió. Su rostro comenzaba a desprender una luz cegadora, y su cuerpo se mimetizaba cada vez más con el manto blanco y gélido que cubría el suelo.

Dime, hermosa dama.

Cuando sea humana, ¿podré entonces amar a los ángeles?

Él exhaló una cálida y envolvente sonrisa.

No lo sé, mi vida, no lo sé.

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