Quieren
comprar las palabras, vender las emociones, subastar la conciencia.
Ofrecen
como una oportunidad el perdón de tu vida.
Porque
ellos tienen las redes, y tú eres el pescado.
Juegan con
el pescado, y juegan con aquellos a quien se lo venden.
El mar les
pertenece, dicen ellos. Sólo porque lo han encontrado primero y lo
han escrito en un papel. Y las ballenas, los corales y los delfines
callan. Y quien calla, otorga.”
Aquel
mensaje llegó a sus manos, metido en una botella. Ella, paseando por
la playa, descalza y con algunas gotas de lluvia en su blanco
vestido, lo recogió y lo llevó a su casa.
¿Quién lo
había escrito? ¿De qué extraño mundo venía aquel agónico y
desesperado mensaje? Y lo más importante, ¿quiénes eran aquellos a
los que se refería?
Ella entró
en su pequeña cabaña de madera. Se limpió la arena de los pies, se
cambió de ropa y sacudió las gotas de agua que salpicaban sus
cortos y rubios cabellos. Ya calzada y con su manta verde
protegiéndola del frío que comenzaba a despertar, prendió la
lámpara y analizó en detalle aquella nota. La lluvia, insistente,
repiqueteaba cada vez con más fuerza contra la ventana.
“Ofrecen
como una oportunidad el perdón de tu vida.”
“El mar
les pertenece, dicen ellos.”
¿Quiénes?
¿Quiénes podían ser tan retorcidos como para hacer algo así?
Por más
que le daba vueltas, no podía comprenderlo.
Se le hizo muy
tarde con aquellas cavilaciones. La luna comenzaba ya a adornar el
cielo, y las estrellas le hacían compañía. Aquella chica decidió
dormir. Mañana sería otro día.
Al
despertar, un sudor húmedo bañaba su frente. Había tenido una
pesadilla horrible. No quería siquiera recordarla. Salió entonces
fuera, otra vez a pasear por la playa, para olvidar aquella terrorífica visión con la que se había despertado.
Un pájaro
se posó entonces sobre su hombro. Decidió acariciarlo, suavemente y
con amor, y aquel pájaro se transformó en un anciano.
Espantada,
dio un respingo hacia atrás.
—No temas
—sonrió aquel anciano de larga barba y largos cabellos
encanecidos. En sus ojos, lagos azules—. Vengo a traerte la
respuesta que buscabas. Estaba en tu corazón, pero yo la haré
visible ante tus ojos.
Entonces,
el hombre sabio se agachó y comenzó a dibujar en la arena.
—Ésta
era la Tierra que has visto. Se trataba de un planeta que existió
hace millones de años. Hoy ni siquiera se llama así. Sus playas, su
arena, eran limpias como todo el Universo. Sus criaturas, hermosas.
Pero alguien decidió sumirla en las tinieblas, y todos ellos se
olvidaron de quiénes habían sido. La prostitución del arte a la
que se refiere el texto define la codicia, el egoísmo que
empañaba los corazones de todos ellos y que no les dejaba ver con
los ojos que realmente ven. Hubo un tiempo, sí, hubo un tiempo en
que se manipulaban los unos a los otros, siempre con la excusa de
estar obedeciendo órdenes de alguien a quien consideraban más
importante —el anciano hizo una pausa y añadió—: Sí, también
se habían olvidado de que todos eran igual de importantes.
—Pero...
Qué horror. ¿Eso que me cuenta, de verdad existió alguna vez? ¿Cómo no podían ver que la Fuente es amor y que
los conectaba a todos?
—Ni
siquiera creían en la Fuente. —La sonrisa de aquel hombre anciano
era amarga—. Ya te dije que las tinieblas les tapaban los ojos que
realmente ven.
—Estaban
ciegos —concluyó la chica. El anciano asintió con la cabeza—. ¿Y
qué pasó entonces?
—Hoy ese
planeta ya no existe de esa manera. Solo los
seres más puros de corazón, los que realmente querían salir de las
tinieblas, recibieron ayuda de la Fuente para evolucionar y salir de
aquella oscuridad. El planeta entonces se transformó en un lugar
hermoso. Hoy ese mundo se llama Éoden, que quiere decir “la invencible”.
—¿Y los
que no quisieron salir de la oscuridad? ¿Qué pasó con ellos?
—Se
quedaron enganchados en las tinieblas. Pero no les importó mucho; ya
lo estaban antes. Fueron saliendo de uno en uno de las tormentas
galácticas, según su evolución y entendimiento les permitían.
Hoy, algunos de ellos viven aquí. Son tus vecinos, aunque no te
hayas percatado. El que escribió ese mensaje es hoy tu primo; un
náufrago del pasado. En aquella época su dolor era tan inmenso que
fue capaz de materializar aquella botella a millones de años luz en
el espacio, y a millones de años temporales en el futuro.
La chica se
quedó asombrada, pero no dijo nada. El reflejo del sol bailaba
encima de las olas del mar.
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