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lunes, 19 de enero de 2015

El colgante. Eslabón 2

Foto: Marta Santos
Aquella amalgama de mantas y colores que se arrebujaba en el blanco sofá de sky frente a la chimenea se parecía a la ropa vieja de un adolescente hippie, no a Sonia. Pero lo era, era Sonia. La mujer fina y delicada como un tallo de tulipán que Armando recogió por impulso en la fuente. Ella no se sentía cómoda entre aquel batiburrillo de trapos, pero accedió a enterrarse en él por insistencia del pescadero. Ah, no os lo he dicho, perdonad mi descuido.

Armando es pescadero. Trabaja en la pescadería más próspera del pueblo desde que el corazón de su vieja madre se negó a seguir funcionando. Tiene un montón de clientas mayores que todos los días se deshacen en halagos a sus lubinas y le recuerdan antes de cruzar la puerta que a ver si se echa novia, que con lo guapo y buen mozo que es, parece mentira. Pero no creáis que a este humilde pescadero de treinta y siete años le inquietan las habladurías de las señoras marujonas. A él no le importaba vivir soltero y libre, le gustaba su trabajo sencillo. Sencillamente era feliz. Si llevó a Sonia a su casa fue porque el ardor de su pecho no le dejó hacer lo contrario.

¿Tienes hambre? ¿Te apetece comer algo? —le ofreció, con amabilidad y una sonrisa.

No, gracias. Pero sí me gustaría beber un poco, tengo bastante sed — le respondió ella, etérea.

Armando tardó en responder, estaba siendo devorado por una serie de insultos que se profería él a sí mismo.

Lo siento, me he olvidado el jarrón en la fuente. Tendré que ir a por él... ¿Te importa quedarte sola un momento? — le preguntó mientras cogía las llaves de la mesita.

Puedo acompañarte. Si me dejas, claro...— sonrió Sonia, mostrándole una vez más su blanca y refulgente dentadura.

Es que hace demasiado frío fuera.

El pescadero mentía. Le sobraban chaquetones con que cubrir el indefenso cuerpo de la mujer, pero no quería reconocer la verdad. Su mayor temor. Que la fuente que se la había entregado se la arrebatase después de tan sólo unos instantes. Algo en su interior la quería apartar del bosque, como si éste conspirase en secreto con el objetivo de llevársela para siempre. En su corazón comenzó a oír por primera vez los susurros de las ramas de los árboles. "Ella nos pertenece".

En sueños, imbéciles.

¿Qué has dicho? — se extrañó Sonia, preparada para defender su capacidad de enfrentarse al frío exterior sin problemas.

Nada, que preferiría que te quedases aquí en casa. Sólo tardaré cinco minutos, la fuente está aquí al lado. Por favor.

Los ojos de Armando se fundieron como plata líquida. No llegó a llorar, pero a Sonia no le hizo falta para darse cuenta de que el corazón del hombre estaba temblando.

De acuerdo. Esperaré sin problemas.

Sonia le regaló una última caricia con la mirada antes de que él desapareciera tras una puerta de color marrón anaranjado.

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