Con la tecnología de Blogger.

Creative Commons

lunes, 4 de agosto de 2014

El gusano

El gusano mordisqueaba poco a poco su hoja de lechuga. A menudo se sentía incómodo, inquieto, y algo se revolvía en su interior. No lograba discernir qué era lo que le pasaba, pero sabía que necesitaba un cambio en su vida. Estaba cansado de arrastrarse día y noche sobre la tierra y la hierba sin nada más a lo que aspirar, y cada día era como una losa que se cargaba pesadamente sobre su lomo.

Deberías recolectar granos de arroz, o pipas, o lo que sea. Si dedicases tu tiempo a aprovisionarte de comida, no tendrías tanto tiempo de perderte en pensamientos que no te llevan a ningún lado. Tu problema es la inactividad —le recomendó su amiga la hormiga. El gusano le agradeció el consejo.

Foto: Marta Santos
Sin embargo, él se sentía cómodo comiendo lechugas. No quería acumular montañas y montañas de comida que luego se pudrirían. Prefería coger de la naturaleza sólo lo que necesitaba. Y amaba perderse por sus propios paisajes mentales para poder construir su propia visión de la realidad.

A ti lo que te falta es brillar —opinó en cambio la luciérnaga—. Te entiendo, porque yo por el día soy un insecto vulgar y feo como tú. Pero por la noche me ilumino y soy la envidia de los demás insectos. Ningún otro me hace sombra. Tú eres un gusano especial, deberías encontrar la forma de brillar.

El gusano agradeció también el consejo de la luciérnaga, pero tampoco se sentía cómodo siendo el centro de atención. A él le gustaba arrastrarse libremente por donde quisiera, y percibir toda la riqueza de la naturaleza que se abría a su alrededor. Prefería ser el observador antes que ser el observado.

Vístete con bonitos colores —terció la mariquita—. Trabaja un andar refinado y no te arrastres, y conseguirás ser precioso y perfecto.

El gusano, cómo no, le dio las gracias a la mariquita por su consejo. Ella parecía feliz, al igual que parecían felices la hormiga y la luciérnaga. No obstante, su aspecto no era lo que más le preocupaba. Sabía que trabajar en él no lo aliviaría. Y aunque no quería arrastrarse, tampoco se sentía cómodo copiando los andares de la grácil mariquita. Él ansiaba volar, pero sabía que era un gusano y jamás podría hacerlo.

La pesadez en su estómago y en su alma se iba acumulando en el ánimo del gusano. Su apetito disminuía alarmantemente y los días transcurrían sin hallar una solución a su malestar. Sufría en silencio porque le daba la sensación de que nadie lo comprendía, así que comenzó a alejarse de sus amigos insectos poco a poco. Hasta que un día, llegó una mantis religiosa.

Tu actitud es indolente y vergonzosa. Te arrastras como el más ridículo de los bichos, y tu aspecto es asqueroso. Contemplar tu inmundicia me da hasta pena. Si quieres, te haré el favor te copular contigo y devorarte después. Deberías hasta agradecérmelo, porque no creo que nadie más se preste a hacerlo.

El gusano cayó en una profunda depresión. Se aisló completamente del resto de insectos y se construyó un caparazón que lo protegiese del exterior, de la saturación de ruido e insensibles opiniones de los demás. El gusano pasó días y noches en completa soledad. Quería ser él mismo y se aceptaba tal y como era. Incluso se creía capaz de llegar a ser mejor todavía.

Al otro lado del caparazón, escuchaba los comentarios que sobre él vertían los demás insectos. En ese momento comprendió más que nunca lo tangible y denso de su aislamiento.

Ese gusano es raro y antisocial — decían—. Después de lo inmundo de su carácter y aspecto, no sé cómo se permite el lujo de alejarse de nosotros, que somos los únicos que lo hemos querido a pesar de la repugnancia que suscita. En fin. Dejadlo que ya vendrá arrastrándose a nosotros, por la cuenta que le trae.

El gusano se topó de bruces con la cruel realidad: los demás insectos nunca lo habían entendido porque nunca habían tenido la pretensión de hacerlo. En realidad, sólo querían que los imitara y adulara, que reconociese que su condición de gusano era horrible y que le convendría adoptar el camino que ellos habían elegido para sus propias vidas. Querían demostrarle su superioridad, y nunca habían estado dispuestos a aceptarlo tal y como era.

La soledad, en ese entonces más que nunca, se convirtió en su mejor amiga y en su mayor aliada. Ella le mostró con claridad que no estaba mal ser un gusano, que mordisquear hojas de lechuga y observar la naturaleza eran auténticos momentos de felicidad. Comprendió entonces que la vida se esconde en los pequeños detalles, y que él, por sí mismo, podía decidir lo que quería hacer con ella.

Un día, los insectos escucharon unos ruidos extraños que provenían del caparazón del gusano. Habían pasado semanas elucubrando teorías y especulando acerca de qué era lo que pasaba por la mente del gusano, así que la inminencia de noticias nuevas sobre él produjo una gran expectación.

Allí congregados, aquellos insectos observaron lo imposible. De la crisálida surgió un maravilloso y arrebatador insecto alado, provisto de los más brillantes y espectaculares colores que hasta la fecha habían podido contemplar.

Sin mediar palabra, la recién nacida mariposa se alzó majestuosamente ante sus ojos y se alejó volando hacia las copas de los árboles.

Del gusano nunca más supieron.


Sé siempre tú mismo elevado a la máxima potencia, independientemente de lo que los demás te digan. Y piensa que cuando pisas a un gusano, pisas a una mariposa.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Template by:
Free Blog Templates