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lunes, 14 de julio de 2014

Ella regalaba historias

Foto: Marta Santos
Ella escribe folios con la suavidad de quien acaricia plata en láminas. Lo hace encima de una mesa llena de polvo, aunque esto nunca le ha importado demasiado. Para nuestra chica es como nieve espolvoreada que ha perdido el frío y llueve sobre su habitación.
Todas las mañanas rellena tres o cuatro folios, que acaban surcados por negros caminos de tinta que cuentan una historia. Cuando termina una y le gusta, sonríe. Es quizás la señal más importante. Si ella sonríe, es que ha nacido un cuento que desea salir a caminar por el mundo.

Si no lo hace, su cuerpo se quedará sentado en su silla de tapicería raída durante una o dos horas, mientras su alma permanece pensativa. Le echará una última mirada melancólica a sus tres o cuatro folios, incompletos como hijos abortados, y los depositará en el contenedor de reciclaje para que sigan su destino y renazcan otra vez.

Pero pensemos en cosas alegres. Porque la mayoría de las veces, ella sonríe. Y es entonces cuando abre la puerta de su casa y se lanza a la calle. Muchos miran sus pies descalzos, mientras ella grita con la voz del viento que es feliz y que regala historias. Después de observarla con curiosidad, suelen detenerse a recoger las fotocopias que la chica reparte.

Ella nunca ofrece el cuento original, consciente de que sólo puede regalar a su nuevo hijo una vez que haya sido clonado. Los clones siempre son de papel reciclado, ya que ella se siente bendecida si piensa que alguno de los hijos que abortó ha servido para dar vida a los nuevos clones. Como la vida misma. Todo muere para volver a nacer, y nuestra protagonista lo sabe.

Al terminar todas sus fotocopias, se hace un vacío entre sus manos de algodón. Un vacío que no se ve, pero se siente. Y es bueno, porque significa que ahora su nueva historia recorrerá el mundo, libre e infinita como la corriente de un río.

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